Nadie sale intacto de El Salvador. Esa es una condición que acompaña a los salvadoreños que nos hemos ido de este país. Por lo general, la salida está precedida por un choque de trenes, un evento traumático, una pérdida irreparable, un atropello, un abuso de poderes, un desarraigo forzado. Así hemos salido la mayoría, con las cuentas pendientes heredadas por el destierro y con la certeza que vale la pena empezar de nuevo en cualquier otro lugar donde seamos respetados como personas.
¿Cómo regresar a un país que ha sido el escenario de instantes dulces de la vida y a su vez de episodios de la violencia más inaudita que podamos imaginar? ¿Cómo hacerlo sin experimentar el miedo y la crisis de la contradicción? ¿Cómo?
Para la artista visual Verónica Vides (San Salvador, 1970) el miedo y los sentimientos contradictorios que produce el retorno son una experiencia que atraviesa a todos. Una pieza más en ese rompecabezas que llamamos nacionalidad. En sus palabras define que 'desde distintas aristas, clases sociales e historias de vida, ser salvadoreño da miedo'. Verónica sintió ese miedo a los 9 años, cuando su mamá le explicó a ella y a su hermano que el país vivía una guerra civil y la familia corría peligro, que tenían que salir lo más pronto posible.
Dos años después, el exilio se había convertido en una autoimposición para huir de un Estado opresor y los dibujos de ojos y bocas que Verónica disfrutaba hacer de niña quedaron atrás. Llegada la adolescencia, vivió entre Nicaragua y Cuba asumiendo liderazgos como activista cultural y viendo de reojo cómo crecía y se fortalecían sus miedos –y los míos– hacia El Salvador.
La tarde del 5 de noviembre de 2022 nos reencontramos en la sala de exposiciones de la residencia artística conocida como La Fábrica, en el municipio de Zaragoza; ella a punto de iniciar un conversatorio sobre 'Capa para volver a mi país', su obra más reciente, y yo respondiendo a su convocatoria como cuando coincidimos en los encuentros de la Juventud Sandinista en las calles de Managua. Pero esta vez, a diferencia de las anteriores, ambas por fin conversamos sobre cómo lidiar con los miedos que nos provoca ser salvadoreñas.
Arrancamos en un lugar común: las emociones encontradas que sintió cuando llegó el momento de regresar a un país que recién había firmado la paz. En El Salvador se habían quedado los recuerdos de una infancia amorosa, el inicio de la guerra y los pasajes traumáticos que marcaron su vida y la de su familia para siempre.
Los Acuerdos de Paz prometían la llegada de tiempos mejores, a su llegada estudió diseño gráfico en la Universidad 'José Matías Delgado'. Allí coincidió con los artistas Ronald Morán, Walterio Iraheta y Simón Vega, la comitiva de bienvenida más afortunada que podía haber tenido después de haber transitado tantos miedos.
En esa paz desconocida, Verónica moldeó barro, forjó hierro y luego se mimetizó con la naturaleza. 'Primero llega la emoción y después el material que voy a utilizar para expresarla', explica.
Pronto su obra empezó a formar parte de las exposiciones temporales y permanentes en las salas más prestigiosas de América Latina. Pero sus miedos permanecieron latentes, nunca se disiparon, hasta que, en 2011, acompañada de su hijo, se marchó hasta la Patagonia argentina. Esta vez como un autoexilio para empezar a sanar sus heridas del pasado y encontrar otros caminos estéticos que la reconciliaran con una vida más liviana.
Una década después regresó más fuerte, sana y segura de sí misma. Regresó con un escudo, un objeto símbolo de la protección que necesitaba 'para entrar y estar en El Salvador'. Así creó su capa, una pieza que nace de la convicción de que los miedos deben ser transitorios. Una capa llena de alegorías, forrada con espinas de ixcanal, de ceiba, maguey, espina de cristo y piña de cerco, elementos claves para reflexionar sobre las emociones que nos marcan y, a su vez, degradables porque 'los miedos no son para siempre'.
Para iniciar este nuevo ciclo de su relación con El Salvador, el 3 de noviembre del 2022, la artista se vistió con la capa para recorrer las calles del municipio de Zaragoza y regalarle una espina a los transeúntes que encontró en su camino. El performance transcurrió en silencio, sin dar explicaciones. Para ella esa acción artística representó la urgencia de dejar de juzgar, de perdonar y no asumir posiciones de superioridad, sino que de entendimiento y de compartir saberes. 'Ese es el proceso que revierte el viaje de crecer con miedo', dice.
La capa de Verónica nos pertenece a todos los que alguna vez hemos sentido ese miedo y esas contradicciones de amor y odio hacia este país. Creo que, en ese ejercicio permanente por tratar de comprender nuestros orígenes, cada quien teje su propio símbolo de protección. Su propia capa.
La mía está bordada de palabras, porque confío en el poder del diálogo como la mejor salida a cualquier conflicto. Aquí me he refugiado y aquí sigo firme compartiendo la idea de Verónica de que la defensa debe ser natural y orgánica, como contradiscurso a la represión y la violación de los derechos fundamentales del ser humano que reaparecen en nuestro país.
Si desea sumarse a la reflexión de los procesos emocionales vinculados a la historia nacional y a la región donde nació y creció, a partir de mañana tendrá la oportunidad de repensar su capa y contemplar la de Verónica Vides. El Centro Cultural de España de El Salvador inaugurará mañana, en el marco de la Niut Blanche la exposición CONS-TELAR coordenadas, cruces e interconexiones de mujeres en la cultura visual de Centroamérica y México 1932-2021, bajo la curaduría de la escritora e historiadora Elena Salamanca.