El futuro del
país está en la calle Por
Thirza Ruballo
Al
pasar por el municipio de Cojutepeque, en el departamento de Cuscatlán, a
partir del kilómetro 20 sobre la carretera panamericana, es común observar a
los viajeros parquear sus automotores a un costado de la calle para
refrescarse con un sabroso jugo de caña o de naranja. Después del terremoto
del fatídico 13 de febrero, los automovilistas continúan orillándose en la
vía, pero esta vez para socorrer con un par de monedas, galletas, bolsitas de
agua y en el mejor de los casos con víveres y ropa a decenas de niños y
mujeres que se encuentran mendigando ayuda, con improvisados rótulos, para
sobrevivir.
Al detenerse
un carro, todos corren sin importar el riesgo de ser embestido por otro
vehículo e invaden las ventanillas de los pasajeros pidiendo comida, dinero,
pero sobre todo agua " se nos cayeron las casas, estamos durmiendo en el
monte, ayúdenos con algo, aun que sea con un colón, o tómenos una foto por
lo menos sí, sí... una foto, sí sí..", opinan entre gritos , risas y
encimándose unos contra otros los inocentes niños que no logran medir
todavía la trascendencia de su desgracia.
Cojutepeque o
ciudad de las brumas esta ubicada sobre suelo rocoso, a 920 kilómetros sobre
el nivel del mar, condiciones por las que la mayoría de lugareños se
sentían confiados de no padecer la trágica experiencia de Las Colinas en
Santa Tecla. Con el primer terremoto únicamente 632 viviendas fueron
reportadas con daños en todo el municipio. Los cojutepecanos nunca esperaron
que la escena dramática de sus vecinos con la que se solidarizaban a través
del televisor se repetiría, pero esta vez, en carne propia.
El segundo
terremoto que tuvo su epicentro en la zona para central del país incrementó
en este municipio el número de viviendas destruidas a por lo menos 3 mil 733
y más de mil 195 se reportaban, hasta el viernes 23 de febrero, con severos
daños. Fenómeno que dejó en desamparo a 24 mil 640 personas aproximadamente.
¡Estamos
vivos!
Rosa Elvira
Morales es una de ellas, desde hace diez años sobrevive con la ganancia
diaria de cincuenta colones que le deja la venta de jugo de caña a la orilla
de la carretera en el Cantón Rosales . Ingresos con los que les ha
proporcionado la educación a sus tres hijos que cursan ya el bachillerato.
" El
terremoto fue horrible la calle se agrietó desde aquí arriba hasta allá
abajo donde estaba mi casa, yo sentía que todo se derrumbaba no podía
mantenerme en pie, mi preocupación en ese momento no era mi vida sino
proteger el trapiche con que saco el jugo. Perdí todo, pero mi consuelo
principal es que a mis hijos no les pasó nada y que gracias a Dios puedo
seguir trabajando. Por el momento hemos improvisado una champa de plástico
para dormir. El dinero que gano no me alcanza pero también me da pena ponerme
a pedir en la calle, para mis hijos es duro, pero lo más importante es que
estamos vivos".
El sismo de
6.3 grados en escala Ritcher que sacudió a Cojutepeque destruyó casi el 80%
del centro de la ciudad. La respuesta en la remoción de escombros fue
inmediata, empresa privada, ejército y población se unieron para limpiar las
vías de acceso a la ciudad lo que facilitó el traslado de los lesionados a
los centros hospitalarios.
La respuesta
del Comité de Emergencia Nacional fue mucho más ágil que en el terremoto de
enero, los alimentos y enseres básicos que se recibieron en esta ciudad se
distribuyeron en los primeros seis días. Según asegura el Alcalde Joaquín
Rigoberto Rivera, se traslado de manera inmediata la ayuda a los damnificados.
A diferencia del resto de poblados dañados por los movimientos telúricos,
Cojutepeque no cuenta con albergue, ya que en su mayoría los afectados
prefieren improvisar una choza en el mismo lugar donde estuvo su casa.
Juan Carlos
Portillo, trabaja desde hace cinco años en la fabrica de polines y techos
AMANCO en San Salvador, al escuchar por radio la noticia del 13 de febrero, se
trasladó de inmediato a su ciudad natal, para constatar la suerte que había
corrido su familia, al llegar encontró a su hermana desenterrando, entre los
escombros de lo que fue la Disco Pavas, algunos lápices, cuadernos y cassetes
de música cristiana, al verlo desconsolada le informó "nos quedamos sin
nada, perdimos el negocio y también nuestra casa" . La familia Portillo
no sabe hasta cuando permanecerá en la bodega que les facilitó un familiar.
Una pesadilla
que se quiere olvidar
Trece días
después del terremoto varias avenidas del centro de la ciudad han sido
clausuradas, la recolección de ripio continua. Las actividades alrededor del
mercado no se han detenido a pesar de que la tierra sigue temblando, pareciera
que los pobladores del centro de Cojutepeque tratan de olvidar durante el día
la pesadilla y actúan como si no ha pasado nada. Sin embargo, conforme entra
la tarde el temor les invade nuevamente y casi todos duermen durante la noche
al aire libre para evitar otra desgracia.
En las calles
pueden observarse decenas de niños que cambiaron sus cuadernos y libros de
estudio por cantaros de colores vistosos y galones vacíos en busca de agua.
El terremoto hizo colapsar los pozos y las fuentes de acopio del vital
líquido en todo el municipio. Como respuesta inmediata se han instalado en
cantones de difícil acceso cuatro burbujas de agua de 100 litros, donadas por
la Cruz Roja Internacional. Seis pipas de la Administración de Acueductos y
Alcantarillados (ANDA), más dos cisternas de la Delegación de Bomberos
abastecen diariamente a la población. José Castillo, jefe del departamento
de Proyección Social de la Alcaldía, reconoce que todos los esfuerzos no son
suficientes para satisfacer la demanda.
Marta Ramírez,
se queja de los procedimientos que utiliza la Alcaldía para entregar la ayuda.
" Todo va para el centro, nosotros aquí sólo vemos pasar los camiones,
pickups y pipas de agua. El reparto acá a los caserío los Díaz y Santa Cruz
Michapa casi no viene, se favorece más a los poblados que apoyaron su
candidatura durante las elecciones. Por eso tenemos que salir a pedir a las
calles, aunque a nuestro alcalde no le guste, tenemos necesidad de buscar qué
darle de comer a nuestros hijos, ".
Castillo
informa que se proporcionó una canasta básica a por lo menos 4 mil familias
damnificadas que contenían cinco libras de azúcar, cinco de fríjol, arroz y
maíz respectivamente. Dotación que según sus cálculos puede durar quince
días a un grupo de cinco integrantes. Marta refuta la afirmación del
funcionario y asegura que en los caseríos de su zona sólo entregaron dos
libras de cada insumo por familia ¿ cree usted que andaría pidiendo en la
calle si me hubieran dado toda esa comida? Pregunta en tono de reproche.
La Alcaldía y
el resto del Comité de Emergencia Municipal aseguran haber echo todo lo
necesario para beneficiar por igual a las personas más afectadas, pero
reconocen que algunos líderes comunales han cometido abusos al momento de
levantar los censos, " es lamentable pero hay gente que saca provecho de
la tragedia ajena", apunta Castillo.
Sin casa y sin
comida
El funcionario
muestra preocupación porque algunos damnificados han asumido una rutina
asistencialista, "no se esfuerzan, sólo están esperando la ayuda . Para
colmo de males uno de nuestros arquitectos salió con megáfono a las calles a
ofrecer trabajos de carpintería para construir una galera que daría refugio
temporal a los mismos pobladores de las zonas más riesgosas, se necesitaban
15 trabajadores y sólo acudieron cinco al llamado. Esto es grave",
apunta el funcionario.
Grave sobre
todo porque la ayuda alimentaria que recibió el gobierno sólo durará tres
semanas más, según dieron a conocer Bruno Moro, representante de la
Organización de las Naciones Unidas y Francisco Roque, director regional del
Programa Mundial de Alimentos.
Blanca
Villalta, al igual que Marta se mantiene durante todo el día sobre la
carretera a la espera de cualquier gesto solidario que le ayude a paliar el
hambre de sus cuatro niños, justifica su acción argumentando que su esposo
trabaja de cargador en el mercado La Tiendona, y que a raíz de los terremotos
las ventas han bajado y sus ingresos también " ayer sólo 15 colones
pudo traerme, con eso no hago nada".
Graciela
Velasco también perdió su vivienda de bahareque. A sus 74 años de edad ha
quedado desprotegida, considera que la mala suerte forma parte de su destino.
Jorge, su único hijo emigró a Los Estados Unidos y cuando guiada por un
coyote intentaba reencontrarse, un paro cardíaco cegó la vida de su
descendiente. " La situación está grave porque no tenemos casa, no
tengo dónde vivir. Me duele salir a la calle a pedir un pedazo de tortilla,
pero mi casa está destruida y no tengo ayuda de nadie" opina Graciela
sin poder contener las lágrimas.
El gobierno
salvadoreño se rebusca por conseguir nuevas fuentes de financiamiento y
donaciones que le permitan iniciar un proceso de reconstrucción después de
dos terremotos. La comunidad internacional le ha brindado su ayuda, la
Asamblea Legislativa aprobó por unanimidad un crédito millonario, pero todos
estos esfuerzos no son suficientes para aminorar la vulnerabilidad de los
sectores más necesitados. No cabe duda que el presidente Francisco Flores se
encuentra en la misma situación que los miles de damnificados de Cojutepeque,
mendigando el futuro del país.
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